viernes, 20 de abril de 2012

Navegación fallida y otras esperanzas desvanecidas

Aún recuerdo cómo, por casualidad, hallé el billete para ese viaje. Casualidad, golpe de suerte, llámalo como quieras. Preparo el equipaje con cuidado -ya me daré cuenta más tarde de lo que me faltaba. Paso mis días contando cuánto falta, con la ilusión a flor de piel y luciendo una sonrisa. Cojo mis cosas, decidida, y embarco por el puente de madera. A pesar de su inestabilidad, me sentía extrañamente protegida, con mucha seguridad. Me paro ante un hombre uniformado. La expresión de su cara no hace más que aumentar mi seguridad. "Su pasaje, por favor" pidió de forma alegre. "¿Está usted preparada para zarpar? El viaje será largo, tardará lo suyo en volver a ver las luces de la ciudad". ¿Que si estaba preparada? Necesitaba escapar del bullicio de la urbe y encontrar tranquilidad - sólo faltaba que mi cerebro también cogiera vacaciones. Adiós, asfalto, adiós sin pena. El ancla por fin se leva. Las hélices levantan corrientes de agua; yo lo observo desde la barandilla. A las horas nos hallábamos ya en mitad del mar. El sol resplandecía en el horizonte. Las cosas pintaban tan bien... Mi oportunidad, al fin.

Estaba tan cómoda en la cubierta. La música me acompañaba, ¿para qué quería más? Seguimos avanzando, y muy al pesar de los pasajeros, las nubes aparecieron. Mierda. No estaba dispuesta a que nada me estropease la experiencia. Se aviva la tormenta; demasiado. En el salón nos lo comunican: un tornado inesperado. Menudas previsiones, se habían lucido. Y allí estábamos, en medio de la nada. Decidí irme a la cama, puede que a la mañana siguiente las cosas fueran distintas: quedaban esperanzas.

Iba a dormir del tirón ya que la noche anterior los nervios me lo impidieron. Fallo mío, de nuevo. El ruido hubo de escucharse hasta en la China. Tanto sobresalto por mi parte e, increíblemente, otros seguían descansando en sus camarotes. Con los párpados todavía pegados, quise saber qué había ocurrido. El revuelo viene de abajo y desciendo por la estrecha escalera. La luz de la luna guiaba mis pasos gracias a una pequeña ventana. La tripulación no cesaba en sus gritos. Me hallaba en el punto negro del accidente. La bodega se estaba inundando y el agua me llegaba por el pecho. Me desperté de golpe sin saber cómo reaccionar. En medio del caos generalizado, Poseidón ataca de nuevo y estallan los cristales. Quiero volver al camarote por si algo puedo salvar. La aglomeración me lo impide. El agua sigue creciendo a un ritmo preocupante. Quiero escapar, pero me engancho en el marco. Saco fuerzas de no sé dónde y prosigo mi camino. Recojo velozmente mis más preciadas pertenencias. Y yo que creí que el barco estaba preparado y resistiría... El Titanic del siglo XXI. En mi huída, veo a una señora intentando avanzar; otro marco evitándolo. La ayudo y me retraso. Los minúsculos botes no dan buena impresión, pero no queda otra. Era imposible no pensar en el vaivén del oleaje. Qué mala espina me daba todo aquello. Bingo. Un rayo despedazó la barca. Me agarro a una tabla que no tengo que compartir. Podría decir que estaba esperando que otro barco me acogiera. Quién sabe cuánto podría tardar aquello. Quería llegar a buen puerto; pero las fuerzas no me daban para nadar tantos kilómetros, y allí estaba, rodeada de restos y cadáveres. Cuántas ilusiones rotas...

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